Durante el final de la Edad Media la Iglesia no distinguía entre magia buena o magia mala, como sí hacía la población. Popularmente se entendía la magia como un regalo de Dios, como una manifestación del poder de Dios en la Tierra. Sin embargo la Inquisición entendió que la magia era la prueba de que el mundo se estaba corrompiendo por obra de Satanás y sus seguidores, y persiguió todo tipo de manifestaciones mágicas. Mientras la gente confiaba en curanderos para sanar enfermedades y pedir buenas cosechas, la Iglesia quemaba y ahorcaba a estos supuestos magos.
La relación entre el pueblo llano, las autoridades eclesiásticas y las brujas se resume muy bien con la festividad de la Noche de Walpurgis, celebrada en varios países del centro y norte de Europa (Alemania, Holanda, Suecia). En lo que parece una herencia vikinga, esta noche inicialmente se conocía como la festividad de Beltane, en la que se adoraba al dios del Fuego, Belenos, encendiendo hogueras y bailando para ahuyentar a los espíritus malignos. Sin embargo la Iglesia vio prácticas heréticas en esta fiesta pagana, y la prohibió. A partir del año 870, aprovechando la canonización de Santa Walpurga el 1 de mayo, la festividad de Beltane pasó a conocerse como la Noche de Walpurgis. Sin embargo la gente de los pueblos y los campesinos siguieron su tradición de encender hogueras y bailar, como siempre habían hecho en esa fecha. Es por eso que con el paso de los tiempos la Noche de Walpurgis se asoció a la brujería, y corrió el rumor por Europa de que era una noche en la que las brujas se reunían para celebrar demoníacos rituales.
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