Enero es el primer del año, pero no siempre fue así. Anteriormente el calendario primitivo de los Romanos contaba con diez meses de 304 días en total. Dicho calendario comenzaba con Martius, en honor al dios Marte, es decir el mes de marzo. Posteriormente de acuerdo con los textos de Plutarco, el rey Numa Pompilio, añadió los meses de Enero y Febrero, en honor a los dioses Jano y Frebuo. De esta manera se completaría el año lunar.
Sin embargo, esto no significo que en el uso cotidiano se implementara. Fue hasta el año 1582, con la instauración del calendario gregoriano, cuando el papa Gregorio XIII estableció el 1 de enero como primer día del año para todos los países católicos.
¿Quién era el dios Jano?
El dios Jano (Del latín Janus), pertenece a la mitología romana. Se le conoce como el dios de las dos caras o de las puertas, pues su simbolismo apunta al cierre de momentos pasados y comienzo de nuevos. Se trata de un dios de dualidad y transición, de ahí que se haya relacionado con el inicio de año. A partir de esta idea en nuestro idioma la transformación hacia el mes de “enero” se da de la siguiente forma:
Latín iānuārius → latín vulgar jānuāirō → español medieval. janero → enero
Además del inicio de año, el dios Jano también es relacionado con el principio y el final de la guerra. Las puertas del recinto que lleva su nombre se abrían durante el tiempo de guerra y se cerraban con la llegada de la paz. Jano no tiene equivalente en la mitología griega. Sin duda, es un dios particular pues era garantía de buenos finales y mejores inicios. Además de que se le atribuye la invención del dinero, la navegación y agricultura.
En Roma, el dios Jano (Janus) era el dios de la astronomía, la arquitectura y quien presidía los puentes y las puertas. El también habría inventado el uso de los barcos para los largos viajes y no solamente para la pesca costera. La leyenda dice que fue Saturno el que dio a Jano esta idea cuando llegó al Lacio por el mar. En tanto que, primer rey mítico de Roma, los romanos le atribuían de una u otra manera todos los principios de la civilización desde la creación de leyes para la organización social, el comienzo de la cultura de la tierra hasta la invención de la moneda para facilitar los intercambios comerciales. Se han encontrado viejas monedas romanas en las cuales Jano está representado en una de faz de la moneda y un barco en la otra. La leyenda de Jano presenta múltiples variantes y a menudo se lo encuentra asociado con otros personajes. Con la ninfa Camese habría engendrado varios hijos entre los cuales el dios Tiberino, señor del Tiber, el río que atraviesa Roma y da vida al Lacio. Jano habría edificado una ciudad sobre la colina Janículo (Gianicolo) en la cual los etruscos habrían entrado en el mundo civilizado. Igualmente se le atribuye el milagro de hacer surgir una fuente de agua caliente en el momento que los asaltantes (los sabinos) atacaban Roma. Estos se habrían dispersado espantados ante tal prodigio. Este acto de protección de la ciudad es la razón por la cual la puerta del templo de Jano siempre estaba abierta en tiempos de guerra y solamente se cerraba en tiempos de paz. Se pensaba que Jano podría de esta manera socorrer más fácilmente a los habitantes que si las puertas estuvieran cerradas. Jano devino el dios de las puertas, tanto que ellas fueran las puertas de la casa, de la ciudad o las puertas más simbólicas de la paz, de la ignorancia a la sabiduría o entre un año y el siguiente. Estos elementos habrían dado origen a una variante de las leyendas según la cual habría originado ciertas criaturas ligadas con las fuentes. Con la ninfa Giuturna, Jano habría engendrado un hijo de nombre Fonte o Fonto (Fons o Fontanus) que es el dios romano de las fuentes y de los surgentes.
En la época arcaica Jano era simplemente un dios ligado a los ciclos naturales de la siembra y de las cosechas. Con el tiempo, su mito deviene más complejo. Uno de los aspectos más interesantes es el sentido dado a los solsticios y a las iniciaciones como extensión del rol atribuido a Jano en tanto que entidad que presidia las puertas, los puentes y todos los pasajes. El solsticio de verano, cuando el sol llega a su punto más alto y empieza su curso descendente, era conocido como Janua Inferni o la Puerta de los Hombres y el solsticio de invierno, con su ciclo ascendente, era conocido como Janua Coeli o la Puerta de los Dioses. En sentido iniciático, la Puerta de los Hombres (solsticio de verano) es una puerta de descenso que nos conduce a la verdad interior en un tránsito ascendente hasta la Puerta de los Dioses (solsticio de invierno). El descenso al mundo interior de cada individuo (a semejanza con el trayecto solar) se convierte así en un camino hacia la sabiduría que reside en nuestro interior. Los solsticios son una iniciación a los misterios del hombre: Conócete a ti mismo (γνῶθι σαυτόν - noste te ipsum).
Jano posee una relación especial con el universo, centrada sobre el mantenimiento de la armonía cósmica y sobre los ritmos que la expresan. Su templo tenía doce altares, y su forma era cuadrangular, correspondiendo a los puntos cardinales. La figura del dios situada sobre un pedestal en el eje central miraba simultáneamente a oriente y occidente. Es mediador entre los mortales y los inmortales, el que eleva las plegarias de los hombres a las divinidades. Los Pontífices era el colegio sacerdotal sobre el que giraba el culto romano. A ellos se les confiaba la custodia del templo del Jano, considerado como el portero que abría y cerraba las puertas o épocas. Por ello se le denominaba el Señor del Tiempo, poseedor de las llaves. Jano poseía una rica iconografía, en la que lo más destacado era su representación con dos rostros, de ahí el calificativo de Jano Bifronte. Uno miraba hacia el pasado que condiciona lo que somos, nuestro presente, donde se debe tomar consciencia, lo que implica una regeneración del alma. El otro a la derecha, al futuro, simbólicamente, al mundo celeste y solar ligado al conocimiento. Las llaves servían para abrir las puertas del Cielo y del Infierno. Además, Jano es el maestro de las dos vías, ascendente y descendente, y por tanto Señor de la Iniciación. Los dos rostros de Jano contemplan el ciclo de manifestación e insinúan un tercer rostro (invisible) que observa el eterno presente. Este tercer rostro destruye el pasado y el futuro, es el rostro que contempla la eternidad. El mito de Jano nos enseña que a cada pasaje marcado por nuestra existencia, a cada partida de una casa o de un lugar, el fin de un año y el comienzo de otro tiene el sentido especial de lo que nunca más ha de volver y el encuentro con algo desconocido. La enseñanza del tiempo es el encuentro del pasado con el futuro, son las dos fases de la existencia.
Comments