Las personas cambian. Todo aquello que nos ocurre a diario hace que nuestros rumbos sean distintos. A veces, esto puede ser bueno, aunque otras no lo sea tanto. Un pequeño acto puede suponer modificaciones incontrolables. Los dioses no estaban exentos de este fenómeno. Ellos, al igual que los mortales, estaban condicionados por su entorno y lo que sucedía en sus vidas. Hécate representó tanto la bondad más sincera como la maldad más pura y siniestra.
Sabemos que Hécate es anterior al periodo helenístico. Su nacimiento tiene lugar en Asia Menor. Su culto fue extendiéndose y, al final, la deidad fue integrada en el partenón griego. Esto nos hace ver que no es una diosa olímpica, pero tuvo una gran aceptación dentro de la cultura popular. Una vez llegada a la tradición griega, su genealogía sigue sin estar del todo clara. Las versiones más extendidas aseguran que es hija de los titanes Perses y Asteria. Este hecho confiere un gran poder a la diosa, teniendo cierto dominio sobre la luna, los mares y el inframundo. Gracias a su lealtad, Zeus permite que conserve el control sobre todos esos elementos, aunque reduciéndolo en cierta medida, ya que será compartido con otras deidades olímpicas: Artemisa también es considerada una diosa lunar; Poseidón, rey de los mares y el control total del inframundo recae en manos de Hades. Esto no significa que la joven no tenga ámbitos de acción propios. Ella se convierte en la diosa de las encrucijadas, la magia y la necromancia.
Hécate es la diosa por excelencia de las encrucijadas. Las representaciones más antiguas de la diosa la presentan como una guía para aquellos que están perdidos o realizan viajes. Era costumbre colocar estatuas de esta deidad en los cruces de caminos, sobre todo en aquellos en los que convergían tres de ellos. Muchas de estas obras mostraban a la diosa con tres cabezas, haciendo referencia a sus poderes triples como señora del cielo, el mar y el infierno. Por otro lado, es una forma de simbolizar las diferentes consecuencias que puede conllevar el seguir un sendero u otro.
La función de Hécate como ayudante de los viajeros no sólo se restringe al ámbito terrestre. Los marineros la consideraban su patrona y era común la realización de sacrificios u ofrendas con el fin de que la diosa ayudara a que todo saliera bien y los creyentes llegasen a salvo a su destino.
Como diosa lunar, la luz que proporcionaba este astro podía servir de guía a aquellos que se adentraban en las aguas de los océanos. La diosa era el faro en la distancia que conseguía reportar seguridad y calma.
La iconografía asociada con ella es muy similar a la de la diosa Artemisa, por lo que en ocasiones ambos personajes han llegado a confundirse o incluso dar lugar a uno sólo. Ambas son presentadas con antorchas en las manos, túnicas cortas por encima de la rodilla y cintas con forma de luna en el pelo. Sin embargo, son completamente distintas: Artemisa es asociada con los animales y la caza; representando a la naturaleza en su máximo esplendor. Hécate, por otra parte, es una diosa más poderosa y antigua, lo que le confiere una gran sabiduría.
Las fases de la luna también hacen referencia a las tres caras de Hécate. Ella no sóleo otorgaba su ayuda a aquellos que estaban perdidos y querían encontrar su rumbo durante un viaje, sino que cualquiera podía pedir consejo a la diosa en caso de encontrarse a punto de tomar una decisión. En diversos momentos de nuestras vidas nos encontramos ante problemas qué resolver y enigmas qué desvelar, aunque muchos quedan resueltos con el paso del tiempo gracias a la sensatez que adquirimos como personas. Para simbolizar el desarrollo femenino se vinculan las fases lunares con el crecimiento y la madurez. De este modo, la fase menguante hace referencia a la niñez, cuando aún somos inexpertos, creativos y buscamos nuevos horizontes aún por descubrir con los que cambiar nuestra visión del mundo. La luna llena simboliza la madurez. Aquí ya somos personas capaces de utilizar aquellas herramientas necesarias para forjar el futuro que queremos para nosotros mismos. Los miedos propios de la niñez se han esfumado, pero otros aparecen, sustituyendo a los anteriores lentamente sin que nos demos cuenta. Por último, la fase menguante será la vejez. La vida se escapa, está llegando a su fin, el ciclo termina. Sin embargo, es aquí donde tenemos una buena perspectiva de la vida, donde somos capaces de discernir lo bueno de lo malo tras una vida llena de fallos y aciertos, de fracasos y victorias, de penas y alegrías.
Hécate pasa de ser la bondad más pura a la maldad más siniestra. Ya no será más la guía que con sus antorchas señalaba los caminos correctos a los viajeros, sino una mano invisible que castiga y disfruta del daño causado. La cara más empática y buena de Hécate se deja ver en el mito de Perséfone. Cuando la la joven es raptada, Hécate corre a informar a Deméter, su madre, y se une a ella en la búsqueda de la muchacha. La diosa de la luna es capaz de comprender a la perfección el sufrimiento que padece una mujer a la que han quitado un pedazo de su esencia, una extensión de ella misma: su hija.
Tras la conversación que mantiene Zeus con Hades para que Perséfone pueda salir periódicamente a la superficie, Hécate se ofrece a acompañar a la joven durante los meses que debe pasar cautiva en los infiernos. Una vez allí, se hacen íntimas amigas y se convierten en confidente la una de la otra. No obstante, la personalidad de Hécate se transforma. Su corazón antes luminoso se torna oscuro. Los sentimientos negativos comienzan a invadirla, pero, ella es capaz de disfrutarlo, de abrazar su nuevo papel. ¿Fue el ambiente del mundo subterráneo lo que apartó a Hécate del lado del bien? O, por el contrario ¿fue ella quien encontró una parte de sí misma que nunca antes había dejado salir a pasear? Debido a sus cambios de conducta, la diosa pasará a ser considerada la reina del inframundo, mano derecha de Hades. Esto tendrá como consecuencia que también sea confundida con Perséfone. Sin embargo, la hija de Deméter es considerada una prisionera, mientras que Hécate es una diosa viajera con la libertad de entrar y salir a su antojo.
Una vez que ingresa en el lado oscuro, Hécate comienza a relacionarse con el mundo de la magia negra y ciertas prácticas demoníacas como la necromancia o capacidad de invocar a los muertos. Es venerada como la madre de las brujas y lo desconocido, considerada como la diosa de lo inexplorado. Es normal la tendencia a pensar que lo que no entendemos puede ser maligno; este podría ser el motivo por el que se cedió a Hécate el honor de ser la reina de todo aquello que no conseguimos entender. Sus símbolos característicos también sufren modificaciones. Ya no encontraremos a la joven con antorchas que pretendía guiar en la oscuridad a las almas perdidas. La imagen de luz dará paso al sonido de la muerte, a los aullidos que preceden a los escalofríos que recorren las nucas de los pobres insensatos que recorren los territorios de Hécate temiendo la aparición de la diosa. Se decía que las noches sin luna vagaba sin descanso por las tierras acompañada de una jauría de perros fantasmales. Ella era su dueña y señora; ellos, tan solo sus leales súbditos, por lo que en distintas ocasiones adquiere el nombre de Perra Negra. La noche es su aliada, querido viajero. Ten cuidado al dar tus pasos y selecciona bien los senderos por los que adentrarte. En caso contrario, tu alma será suya y tu último recuerdo será un sentimiento de frío y anhelo
Fuente: https://laconchadeafrodita.wordpress.com/2018/11/01/hecate-la-diosa-triple/
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